ACTIVITATS - Visites guiades a la frontera de Portbou. Un viatge a la història de Benjamin i Portbou, en l'escenari simbòlic d'una geografia que es constitueix en memòria viva / ACTIVITIES - Guided tours of the border Portbou. A trip to the history of Benjamin and Portbou on stage a symbolic geography that is living memory / AKTIVITÄTEN - Führungen durch die border Portbou. Ein Ausflug in dieGeschichte von Benjamin und Portbou auf der Bühne eine symbolische Geographie, die in lebendiger Erinnerung ist / ACTIVIDADES - Visitas guiadas a la frontera de Portbou. Un viaje a la historia de Benjamin y Portbou, en el escenario simbólico de una geografía que se constituye en memoria viva

dimecres, 4 de maig del 2016

"Món Sant Benet" en la gloria de la modernidad




“Món Sant Benet”



¿Alguien puede pensar que la piedra no nació para ser amada? Y sin embargo no sólo se hizo para nosotros, sino que somos nosotros los que con ella construimos nuestras verdades. Verdades sólidas, presentes, palpables, permanentes. Edificadas en lo más alto para ser vistas y recordadas.  La piedra de nuestras casas, de nuestro hogar. La piedra viva de los paisajes, de los campos desbrozados y despedrados, como lienzos, antes de ser pintados, como papeles esperando las palabras. La piedra donde se cuece el pan.

Ahora a este espacio, abandonado, desposeído, expoliado y reproducido, convertido en un insultante parque temático, lo llamamos “mundo”. Recreamos el mundo en la mezquindad de lo que ha sido simplemente pisoteado. No hay nada más excesivo que la desmedida del dinero, cuando este dinero sólo sirve para ganar siempre más de lo que se ha invertido. La verdad sucumbe al interés de lo mezquino. Porque nada hay peor que esta falsa seguridad que exhiben los que sólo tienen dinero y  creen que el dinero todo lo puede y todo lo arregla. 

La silueta del monasterio se recorta entre campos y  prados de inclinación suave y  bosques teñidos por el  verde oscuro del anochecer. Su perfil desprende una soledad melancólica, una tristeza inconsolable, un algo inquietante que destroza cualquier atisbo de belleza. Lo que se construyó para iluminar resta oscuro, lo que se erigió para la palabra permanece mudo, lo que fue pensado para enaltecer la vida ha  muerto. Ha muerto a los ojos de quién no se conforma con la reproducción tecnológica, con la recreación de lo que fue, con el engaño que simula que el espacio se ha recuperado, se ha ganado para nuestro goce. Tamaño despropósito conlleva un terrible desasosiego. ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que alguien se jacte de esta sinrazón y pretenda convertirla en signo de admiración, de elogio y de progreso. 

El monasterio permanece silencioso, ajeno. Las campanas no  señalan el paso del tiempo, porque el tiempo ha desaparecido. Se acabó, y lo que hoy vemos es la burda escenificación de algo que en su  día fue creado para ser amado.  El ayer es un aroma, la idealización de un recuerdo que nos salva  del olvido. El espacio sagrado ha sido invadido por los bárbaros, llegan en oleadas, aparcan sus coches, siguen las instrucciones de un guarda de seguridad, visitan las tiendas, instaladas en los antiguos campos del monasterio, compran productos “artesanales”, comen en el “self-service” se hacen selfies y se marchan de la misma manera que han llegado: sin haber dialogado, sin haber aprendido, sin intercambio; llevándoselo todo, sin dejar nada. 



La modernidad es un enorme vacío repleto de inconexiones, de transmisiones neuronales desconectadas las unas de las otras. La pobreza económica no es nada comparada con la bajeza moral que nos adorna. Muertas las voces, de los que nos precedieron, el monasterio, del “llamado Món Sant Benet”, es la viva imagen de la desolación. Zombis expulsados del templo que dicen amar.